De los 365 días del año (que en este año fueron 366, por ser biciesto), más de la mitad son días dedicados al deporte más hermoso del mundo: "El Fútbol", hoy 7 de junio del año 2008 he llegado a una encrucijada en mi vida, a una duda existensial; y es que durante los 30 años de mi vida he asistido a muchos partidos, desde nivel profesional, semi profesional, casi nada profesional, y amateur. Además de haber jugado en la calle, en el llano, en campos de tierra, de pasto y hasta estadios; si me pongo a contar todo el tiempo que he dedicado al fútbol llego a la conclusión de que he gastado o disfrutado (depende la perspectiva de quien lea esto), mínimo de tres a cuatro años de mi vida, viendo o practicando este deporte.
Aún recuerdo el primer partido de fútbol al que asistí o al menos del que tengo memoria (Un León vs Guadalajara de la liga mexicana), tenía 4 años y de la mano de mi papá llegamos al estadio (Yo estaba todo ataviado con un mini uniforme del glorioso equipo esmeralda o sea el León), tomamos nuestra platea, una vez acomodados en nuestros asientos nos dispusimos a ver el espectáculo que se hace antes del partido; mi papá me señalaba a la mascota del equipo que animaba o desanimaba a los hinchas, era un tipo disfrazado con un traje de León, que era un disfraz tercermundista que daba lastima (el cual, por cierto, parecía mas un perro callejero que un León), y yo para quedar bien con el hombre que me dio el ser, no me quedó más que esbozar una super sonrisa de emoción (antes practicada para cualquier emergencia), y hacer creer a mi padre que el León disfrazado era magestuoso e imponente como los del Circo Ataide y que hacía de mi aún incipiente existencia un momento inolvidable, mi Padre al ver mi reacción ensanchó su pecho y lanzó una mirada de orgullo, como diciendo "Que buen padre soy", la situación me dio un poco de pena con mi papá pero que podía yo hacer, ni modo que le dijera a mi papá "A mi esto del Fútbol no me atrae, yo prefiero ver a los Thundercats", eso sin duda hubiese roto el corazón de ese padre mío.
Cuando llegamos el recinto estaba casi vacío, y cuando menos pensé, ya estaba congregada toda una horda de villamelones, bufando, sudando con las barrigas al viento, lanzando sonidos guturales en contra de no se quien o al menos en ese momento yo no sabía a quien, con el tiempo comprendí que "Hijo de la chingada" no era una palabra de aliento para los deportistas y mucho menos para el arbitro. La situación con todos esos hinchas desgañitados me causó algo de miedo y es que a mis tiernos cuatro añitos no estaba acostumbrado a ver al hombre (referencia de genero y no de especie) en su estado natural, yo me aferré a la pierna de mi papá, que en ese momento estaba conversando amistosamente con un señor chaparrito, barrigón, moreno, bigotito aguamielero estilo "Cantinflas", pelo no rebelde, rebeldísmo pues sus cabellos parecían espinas chayoteras o tuneras (Que ni 10 kilos de gel podrían aplacar), el hombre llevaba una cubeta, y fue entonces que comprendí, que ese señor era un personaje central en el partido, pues tenía la atención de todos los que ahí estaban, el hombre vendía cervezas y aguas frescas, y mi papá le junto a otras cien gargantas le pedían una "Güera bien fría", acto seguido mi papá me preguntó que si quería una coca, y con la elocuencia que sólo los niños tienen, me bastó un movimiento positivo de cabeza para recibir una Pepsi Cola bien fría, le dí un trago y mi papá brindó conmigo. Como si fuesemos iguales, aunque yo no entendía ni madres de lo que a mi alrededor pasaba. De pronto en un santiamén mi papá ya tenía en las manos otra cerveza, y mi progenitor se vio rodeado de amigos, esos mismos que en un inicio se veían recelosamente y se saludaban sólo de lejitos, estaban ahora en amistosa sintonía, unos abrazados, cantando, sonriendo, escupiéndo la cerveza por gritar...y eso que el partido ni siquiera había empezado.
El tiempo pasaba y el partido aun no comenzaba, los mayores se veían ansiosos por ver el juego. Entonces como si estuviera temblando, mi papá me subió a sus hombros de forma brusca, en el sangoloteo se le derramó la cerveza, pero no le importó, y desde esas alturas pude ver a once hombres corriendo en la cancha de fútbol vestidos de verde igual a la camiseta que yo tenía puesta, el griterío era ensordecedor, me impresionó ver miles de gargantas que lanzaban un mismo grito.
El arbitro pitó el inicio del encuentro y mi papá que de pronto pasó de ser amoroso, paciente, jugueton y comprensivo se convirtió en un energumeno, borracho que mentaba madres a una velocidad inverosímil, es que escupia miles de chingaderas a la velocidad del sonido... lo peor es que él era sólo un aprendíz, había que ver a los que estaban a su lado que eran unos verdaderos profesionales que insultaban a la velocidad de la luz, aunque instructivas que eran las palabras que oía me era imposible aprender todas, aunque aprendí las más importantes, que eran las que más se repetían aunque todas venían de la misma raíz lingüística: "Hijo de la chingada","de puta" o "de perra" a esa edad me era imposible encontrar un vínculo familiar entre todos esos hijos que en el campo se despedazaban a patadas, nunca supe si eran hermanos, primos o algo más... a los que descarté de toda unión familiar fueron a los hijos de perra, y es que entonces me pusé a buscar los cachorritos que imaginé eran de raza San Bernardo, no se porque. De pronto todo se calmó, los gritos se dejaron de oír con tanta intensidad y frecuencia, esporádicamente se escuchaban como voces lejanas, se confundían con aplausos. El Partido era un ir y venir la cosa más aburrida del mundo para un niño que a penas un par de años atrás había aprendido a ir al WC solo. Fue así que me pusé a platicar con mi amigo imaginario que siempre estaba en lo momentos de mayor aburrimiento. Pero todo fue interrumpido por una nueva oleada de gritos más insultos, ahora los amigos de mi papi y mi papi, no sólo insultaban a todos esos hijos, sino que además aventaban la cerveza y todo lo que tenían en las manos, así comprendí lo que era un gol en contra, después todo fueron silvidos, la mayoría se frotaban las manos, se jalaban los cabellos o los pocos que tenían, se mordían las uñas de los dedos unos las comían otros las escupían, fumaban, tomaban, tomaban fumaban y sus miradas se perdían en un campo verde donde 22 tipos, unos hijos de la chingada, y otros hijos de puta se disputaban el balón, ahí fue cuando entendí que el arbitro era el hijo de perra del que tanto hablaban los amigos de mi progenitor, y sin más el hombre vestido de negro se llevó el pito a la boca y todos en el campo dejaron de correr, llegaba así el primer tiempo. Mi papá estaba abatido por la incertidumbre sus amigos se sentaban en sus lugares se llevaban las manos a la cabeza, otros se frotaban los bigotes hasta el mentón.
Aún recuerdo el primer partido de fútbol al que asistí o al menos del que tengo memoria (Un León vs Guadalajara de la liga mexicana), tenía 4 años y de la mano de mi papá llegamos al estadio (Yo estaba todo ataviado con un mini uniforme del glorioso equipo esmeralda o sea el León), tomamos nuestra platea, una vez acomodados en nuestros asientos nos dispusimos a ver el espectáculo que se hace antes del partido; mi papá me señalaba a la mascota del equipo que animaba o desanimaba a los hinchas, era un tipo disfrazado con un traje de León, que era un disfraz tercermundista que daba lastima (el cual, por cierto, parecía mas un perro callejero que un León), y yo para quedar bien con el hombre que me dio el ser, no me quedó más que esbozar una super sonrisa de emoción (antes practicada para cualquier emergencia), y hacer creer a mi padre que el León disfrazado era magestuoso e imponente como los del Circo Ataide y que hacía de mi aún incipiente existencia un momento inolvidable, mi Padre al ver mi reacción ensanchó su pecho y lanzó una mirada de orgullo, como diciendo "Que buen padre soy", la situación me dio un poco de pena con mi papá pero que podía yo hacer, ni modo que le dijera a mi papá "A mi esto del Fútbol no me atrae, yo prefiero ver a los Thundercats", eso sin duda hubiese roto el corazón de ese padre mío.
Cuando llegamos el recinto estaba casi vacío, y cuando menos pensé, ya estaba congregada toda una horda de villamelones, bufando, sudando con las barrigas al viento, lanzando sonidos guturales en contra de no se quien o al menos en ese momento yo no sabía a quien, con el tiempo comprendí que "Hijo de la chingada" no era una palabra de aliento para los deportistas y mucho menos para el arbitro. La situación con todos esos hinchas desgañitados me causó algo de miedo y es que a mis tiernos cuatro añitos no estaba acostumbrado a ver al hombre (referencia de genero y no de especie) en su estado natural, yo me aferré a la pierna de mi papá, que en ese momento estaba conversando amistosamente con un señor chaparrito, barrigón, moreno, bigotito aguamielero estilo "Cantinflas", pelo no rebelde, rebeldísmo pues sus cabellos parecían espinas chayoteras o tuneras (Que ni 10 kilos de gel podrían aplacar), el hombre llevaba una cubeta, y fue entonces que comprendí, que ese señor era un personaje central en el partido, pues tenía la atención de todos los que ahí estaban, el hombre vendía cervezas y aguas frescas, y mi papá le junto a otras cien gargantas le pedían una "Güera bien fría", acto seguido mi papá me preguntó que si quería una coca, y con la elocuencia que sólo los niños tienen, me bastó un movimiento positivo de cabeza para recibir una Pepsi Cola bien fría, le dí un trago y mi papá brindó conmigo. Como si fuesemos iguales, aunque yo no entendía ni madres de lo que a mi alrededor pasaba. De pronto en un santiamén mi papá ya tenía en las manos otra cerveza, y mi progenitor se vio rodeado de amigos, esos mismos que en un inicio se veían recelosamente y se saludaban sólo de lejitos, estaban ahora en amistosa sintonía, unos abrazados, cantando, sonriendo, escupiéndo la cerveza por gritar...y eso que el partido ni siquiera había empezado.
El tiempo pasaba y el partido aun no comenzaba, los mayores se veían ansiosos por ver el juego. Entonces como si estuviera temblando, mi papá me subió a sus hombros de forma brusca, en el sangoloteo se le derramó la cerveza, pero no le importó, y desde esas alturas pude ver a once hombres corriendo en la cancha de fútbol vestidos de verde igual a la camiseta que yo tenía puesta, el griterío era ensordecedor, me impresionó ver miles de gargantas que lanzaban un mismo grito.
El arbitro pitó el inicio del encuentro y mi papá que de pronto pasó de ser amoroso, paciente, jugueton y comprensivo se convirtió en un energumeno, borracho que mentaba madres a una velocidad inverosímil, es que escupia miles de chingaderas a la velocidad del sonido... lo peor es que él era sólo un aprendíz, había que ver a los que estaban a su lado que eran unos verdaderos profesionales que insultaban a la velocidad de la luz, aunque instructivas que eran las palabras que oía me era imposible aprender todas, aunque aprendí las más importantes, que eran las que más se repetían aunque todas venían de la misma raíz lingüística: "Hijo de la chingada","de puta" o "de perra" a esa edad me era imposible encontrar un vínculo familiar entre todos esos hijos que en el campo se despedazaban a patadas, nunca supe si eran hermanos, primos o algo más... a los que descarté de toda unión familiar fueron a los hijos de perra, y es que entonces me pusé a buscar los cachorritos que imaginé eran de raza San Bernardo, no se porque. De pronto todo se calmó, los gritos se dejaron de oír con tanta intensidad y frecuencia, esporádicamente se escuchaban como voces lejanas, se confundían con aplausos. El Partido era un ir y venir la cosa más aburrida del mundo para un niño que a penas un par de años atrás había aprendido a ir al WC solo. Fue así que me pusé a platicar con mi amigo imaginario que siempre estaba en lo momentos de mayor aburrimiento. Pero todo fue interrumpido por una nueva oleada de gritos más insultos, ahora los amigos de mi papi y mi papi, no sólo insultaban a todos esos hijos, sino que además aventaban la cerveza y todo lo que tenían en las manos, así comprendí lo que era un gol en contra, después todo fueron silvidos, la mayoría se frotaban las manos, se jalaban los cabellos o los pocos que tenían, se mordían las uñas de los dedos unos las comían otros las escupían, fumaban, tomaban, tomaban fumaban y sus miradas se perdían en un campo verde donde 22 tipos, unos hijos de la chingada, y otros hijos de puta se disputaban el balón, ahí fue cuando entendí que el arbitro era el hijo de perra del que tanto hablaban los amigos de mi progenitor, y sin más el hombre vestido de negro se llevó el pito a la boca y todos en el campo dejaron de correr, llegaba así el primer tiempo. Mi papá estaba abatido por la incertidumbre sus amigos se sentaban en sus lugares se llevaban las manos a la cabeza, otros se frotaban los bigotes hasta el mentón.
Ya una vez en la pausa de medio tiempo todos los tipos incluído mi papá pedían no una, no dos, sino hasta tres o más cervezas, "El Güero" (Expresión mexicana para llamar a los rubios...e irónicamente a los no rubios) les repartía cervezas, como cura entregando el Corpus Christi y ellos las tomaban como si fuera agua, y en lugar de decir Amén, decían: "Gracias Pinche Güero" en ese momento me di cuenta que para mi padre dejé de existir, él estaba ausente era otro sujeto que con la mirada perdida me observaba y saludaba con una sonrisa de idiota y una pinta misera, en fin no lo voy a juzgar, como podría hacerlo con un hombre que estaba más que borracho de alcohol era de fútbol; ahora entiendo mucho de lo que él me decía. "Cuando seas grande entenderás". De pronto todo ese alboroto generado para comprarle la cervezas al Güero cambió por un orden generalizado, hombre ni para subir al metro la gente se organiza tan rápido, y es que había comenzado la segunda parte, el tiempo complementario, el segundo tiempo, la recta final, el desenlace del juego del hombre.
Y los nervios volvieron a surgir, se palpaban a flor de piel, y las miradas, y los insultos, pero el estrés se controlaba por la esperanza el equipo había salido con mayor decisión para conseguir el empate. Y de pronto como si fuera una ola gigante levantando al público de sus asientos, un jugador avanzaba en el campo dejando un adversario rezagado en el césped, y a otro con la cintura hecha añicos, y a otro volteando al cielo buscando una explicación lógica, y después llegando hacia el área de los 16,50 enfilando sólo contra el portero haciendo una finta, otra, y otra, y el arquero aguantando estoico la embatida del atacante, sin embargo cedía a tanta gambeta y era burlado por el delantero que después tiraba un zurdazo que de movía la red. Jamás vi a mi padre tan emocionado, el gol había caído, y después supe que los Hijos de Puta, de la Chingada y de Perra eran los jugadores de ambos equipos, pues ahora todos volvían a insultar a sus jugadores, pero eran insultos de felicidad. "No, que no. Hijos de la chingada si cuando quieren pueden". En fin toda la gete estaba vuelta loca y yo ya no entendía nada de un juego donde todos eran unos tales por cuales...en fin ese día el fútbol me dio la bienvenida y ahora estoy escribiendo este relato de infancia después de haber visto a mi equipo perder...y a pesar del tiempo sigo sin entender las definiciones futbolísticas de un hijo de la chingada, de perra o de puta.
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